En entradas anteriores hablé de Leones, Perros, Lobos y otros animales que en algún tiempo se destacaron por actos dignos de los mayores Santos; tanto que ellos mismos eran dignos por su propio mérito, y hasta participaban de algún modo en los designios de lo Alto. Más exactamente, como el León de Pablo que pìdió ser bautizado, el Perro San Guinefort (quien fue venerado como tal tras su muerte) y el Lobo de Gubbio cuya historia post mortem dejé en una entrada, todos fueron precisamente dignos símbolos de muchos creyentes Cristianos.
¿Pero acaso alguno de nosotros podría imaginar a un grupo de Mosquitos rezando?
Ahora que tal vez se esfumaron las últimas risas, podemos leer la historia que sigue, relacionada con Santa Rosa de Lima, su grupo de Mosquitos adoradores de Dios junto a ella, y en el final, la anécdota de cómo salvó a un Gallo enfermo:
Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería. ¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo? Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído. Por eso Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines. Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miríadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlamentar con los mosquitos.
Así decía: –Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido. Y el pacto se cumplió por ambas partes.
Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía: –¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios! Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía: –Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento. Y los obedientes sucesorios se esparcían por el huerto. Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles: –Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy. Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía: –A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla.
No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.
–¿Qué haces, hermana? –dijo la santa–, ¿Mis compañeros me matas de esa manera? –Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo –replicó la beata. ¡Mira éste cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto! –Déjalos vivir hermana: no me mates a ninguno de estos probrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz que conmigo tienen. Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.
También la santa en una ocasión tuvo que valerse de sus amiguitos para castigar los remilgos de Francisquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acercarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jejenes. –Pues tres te han de picar ahora –le dijo Rosa–, uno en el nombre del Padre, otro en el nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo. Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de los tres mosquitos.
Santa Rosa Y El Gallo
La madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postróse de manera que la dueña dijo: –Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado. Entonces Rosa cogió el ave enferma y acariciándola dijo: –Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas, te guisa. Y el pollito sacudió las alas, encrespó las plumas y muy regocijado soltó un ¡Quiquiriquí!
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