sábado, 7 de noviembre de 2009

Comparaciones: Leyenda y fragmento de un relato

Leyenda Cheyenne, y luego un fragmento de "Juan Darién", escrito por Horacio Quiroga. Así, ahora pueden notarse las similitudes de ambos relatos, y comprobar que por lo menos dos componentes tradicionales están muy relacionados entre sí.

"A Cheyenne woman lost a small child that was nursing. Soon after her child died she had found a nest of young Kitten Panthers, she waited until the mother Panther was away to hunt food, then she went and took one of the young Panthers out of the nest and ran off with it and the young Panther gave a moan or whine which sounded like the cry of the baby she had lost and the reminder of her dead babe caused the woman to hug the Kitten Panther to her breast and when she did so the Kitten Panther which no doubt was hungry began nursing from the woman. Thus it was taking the place of her dead babe and an affection for the Kitten Panther sprang into her heart and the woman loved this Kitten Panther and she raised it as if it had been her own child, and as it grew up it would kill Deer and other large game and furnished food for the Cheyenne much easier than they could get it in any other way. So other women got hold of young Panthers and raised them the same way as this woman had done".

Una vez, a principio de otoño, la viruela visitó un pueblo de un país lejano y mató a muchas personas. Los hermanos perdieron a sus hermanitas, y las criaturas que comenzaban a caminar quedaron sin padre ni madre. Las madres perdieron a su vez a sus hijos, y una pobre mujer joven y viuda llevó ella misma a enterrar a su hijito, lo único que tenía en este mundo. Cuando volvió a su casa, se quedó sentada pensando en su chiquillo. Y murmuraba:
-Dios debía haber tenido más compasión de mí, y me ha llevado a mi hijo. En el cielo podrá haber ángeles, pero mi hijo no los conoce. Y a quien él conoce bien es a mí, ¡pobre hijo mío!
Y miraba a lo lejos, pues estaba sentada en el fondo de su casa, frente a un portoncito donde se veía la selva.
Ahora bien; en la selva había muchos animales feroces que rugían al caer la noche y al amanecer. Y la pobre mujer, que continuaba sentada, alcanzó a ver en la oscuridad una cosa chiquita y vacilante que entraba por la puerta, como un gatito que apenas tuviera fuerzas para caminar. La mujer se agachó y levantó en las manos un tigrecito de pocos días, pues aún tenía los ojos cerrados. Y cuando el mísero cachorro sintió el contacto de las manos, runruneó de contento, porque ya no estaba solo. La madre tuvo largo rato suspendido en el aire aquel pequeño enemigo de los hombres, a aquella fiera indefensa que tan fácil le hubiera sido exterminar. Pero quedó pensativa ante el desvalido cachorro que venía quién sabe de dónde y cuya madre con seguridad había muerto. Sin pensar bien en lo que hacía llevó al cachorrito a su seno y lo rodeó con sus grandes manos. Y el tigrecito, al sentir el calor del pecho, buscó postura cómoda, runruneó tranquilo y se durmió con la garganta adherida al seno maternal.
La mujer, pensativa siempre, entró en la casa. Y en el resto de la noche, al oír los gemidos de hambre del cachorrito, y al ver cómo buscaba su seno con los ojos cerrados, sintió en su corazón herido que, ante la suprema ley del Universo, una vida equivale a otra vida.
Y dio de mamar al tigrecito.
El cachorro estaba salvado, y la madre había hallado un inmenso consuelo. Tan grande su consuelo, que vio con terror el momento en que aquél le sería arrebatado, porque si se llegaba a saber en el pueblo que ella amamantaba a un ser salvaje, matarían con seguridad a la pequeña fiera. ¿Qué hacer? El cachorro, suave y cariñoso -pues jugaba con ella sobre su pecho- era ahora su propio hijo.